lunes, 12 de marzo de 2012

Sí, somos realistas, por eso queremos un estado propio / Floren Aoiz



Durante mucho tiempo se nos ha dicho que era una estupidez intentar crear un nuevo estado para Euskal Herria puesto que los estados europeos estaban condenados a desaparecer para integrarse en nuevos entes, como la Unión Europea. Hubo incluso quien se atrevió a poner fecha a la disolución de los estados. Otras y otros prefirieron vendernos el cuento de la progresiva difuminación de las estructuras estatales. Como con la niebla que se esfuma poco a poco, sin darnos cuenta irían perdiendo poderes y un día descubriríamos que ya no había estados.
En 2012 tenemos más bien otras perspectivas sobre la evolución de lo estados y la unidad europea. Ya sabemos que el riesgo principal para los estados proviene de los mercados y los intereses económicos transnacionales y hemos observado hasta qué punto algunos estados, especialmente Alemania, imponen su voluntad actuando como instrumentos de intereses económicos y políticos muy concretos.
Algunos estados son cada vez más débiles, esto es evidente, pero no ante una Europa unida que no aparece por ningún lado, sino ante otros estados y poderes reales que se sobreponen a los gobiernos e instituciones estatales y comunitarias.
En estas circunstancias uno sigue preguntándose cuál es el futuro de los estados europeos, es cierto, pero carece de sentido dar crédito a los tópicos que tan poco tienen que ver con los procesos en curso. En medio de esta crisis tener un estado subordinado es una gran desgracia, pero lo peor es no tener ni estado.
Hay quien nos quiere embarullar desdibujando la idea de soberanía, planteando que en el mundo en que vivimos no es posible la independencia, porque todo está interrelacionado e integrado, bla, bla y bla. Pero lo que no nos dicen es que la peor de las opciones es resignarse a ser una marioneta y aceptar que otros poderes decidan por nosotras y nosotros.
La subordinación y la dependencia definen, a día de hoy, una situación de máximo riesgo. Arruinan nuestra vida política, nuestra riqueza cultural y lingüística, mutilan y castran nuestra efervescencia social, nos encorsetan en un espacio de abusos y negaciones en el que nos encontramos obligadas y obligados a afirmar una y otra vez nuestra identidad en términos de negación de las que quieren imponernos por la fuerza.
Ya basta. No queremos tener que definirnos eternamente como no-españoles/as y no-franceses/as. ¿No sería mucho mejor ser, sencillamente, en positivo, vascas y vascos en una Euskal Herria independiente?
La falta de soberanía nos deja sin voz, sin la posibilidad de elegir nuestro propio camino, sin la opción de tomar nuestras propias decisiones ante la crisis. Nos encadena a modelos y apuestas económicas, como la burbuja inmobiliaria y los efectos de su estallido, que nos llevan al precipicio.
Es momento de ser realistas. La idea de una sociedad vasca respetada, libre y próspera en España y Francia no es una utopía, sino un auténtico disparate. La convivencia con esos dos estados en términos justos y saludables para nuestro pueblo sólo es posible mediante la creación de un estado propio que nos permita establecer otro modelo de relaciones.
Está claro, el horizonte realista no es otro que la independencia.

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