GARA <http://www.gara.net/index.php> Editoriala
Hay muchas personas que, desde un punto de vista revolucionario o
simplemente progresista, consideran que la dimensión que el fútbol ha
adquirido en nuestra sociedad es totalmente desproporcionada,
artificialmente promovida y hábilmente utilizada por diferentes poderes
con el objetivo de distraer a la ciudadanía de cuestiones mucho más
relevantes para el desarrollo social y político. Sin lugar a dudas, a
esas personas no les falta razón. En el fútbol a menudo el juego queda
en un segundo plano y el dinero ejerce su posición dominante, hegemónica
también en esta esfera social. Pasa así el deporte a ser parte del gran
negocio del entretenimiento, ese brazo del capitalismo que nos distrae
mientras el otro nos roba o nos golpea. Incluso desde una perspectiva
puramente deportiva, es evidente que las diferencias que marcan los
presupuestos de clubes que se supone pelean en una misma competición
dejan poco margen al azar, a la sorpresa y, en definitiva, al juego como
tal.
Retomando las palabras de Marx sobre la religión, muchos
sostienen que el fútbol se ha convertido en el nuevo opio del pueblo. Si
bien la perversión que genera la religión institucionalizada en el
pensamiento libre es mucho mayor, un frío análisis del mundo del fútbol
tal y como realmente es, tal y como lo hemos vivido estos días, muestra
algunas de las paradojas y miserias de nuestra sociedad: resulta
socialmente alarmante saber que en medio de una crisis galopante haya
gente que ha pedido créditos para asistir a las finales de Bucarest y
Madrid -¿qué decir de los bancos, que niegan ese mismo crédito a
empresas y particulares para cuestiones de pura supervivencia?-; no deja
de ser humanamente desconcertante la veneración de los desposeídos por
unos privilegiados, hasta el punto de preocuparse seriamente los
primeros por el posible estado de ánimo de estos últimos; es
políticamente triste que habiendo debates más importantes -recortes
sociales, ausencia de democracia...- el fútbol haya colapsado el resto
de agendas...
Pero ese frío análisis sirve de poco si no va
acompañado de un esfuerzo por comprender la pasión que genera esa
actividad social, con toda su complejidad, en todas sus vertientes. No
conviene caer en simplismos. Quien renuncie a entender el fenómeno del
fútbol, con sus innegables sombras pero con sus interesantes luces,
renuncia a entender a una parte importante de la sociedad y, por lo
tanto, estará renunciando también a poder cambiarla. Algo, como mínimo,
muy poco revolucionario. La fuerza social del fútbol está en que
simboliza cosas, valores, deseos que gran parte de la sociedad siente
como propios. Por ejemplo, Eduardo Galeano, que mañana mismo llegará a
Euskal Herria a presentar su nuevo libro, «Los hijos de los días»,
reivindica a menudo la historia popular y la fuerza transformadora de
ese deporte, que considera que es «un espejo del mundo».
Es cierto,
el fútbol no es solo fútbol, pero tampoco es solo negocio. Y no solo
porque quien no aprecia la belleza del juego y el mérito de quienes lo
ponen en práctica en toda su plasticidad, con toda su intensidad, cae en
un error similar a quienes desprecian o niegan ciertas formas de la
cultura o el arte, sino porque el fútbol es, sobre todo, una actividad
social con una dimensión simbólica muy potente.
El fútbol, los himnos y los símbolos
Igual
que los himnos son algo más que partituras y las banderas algo más que
telas impresas. La polémica por la pitada al himno español -y su
censura- y la presencia apabullante de banderas vascas y catalanas en la
final de Madrid es un buen ejemplo de ello. En su libro «Espejos»,
Galeano recuerda que «el primer himno nacional del que se tenga noticia
nació en Inglaterra, de padres desconocidos, en 1745. Sus versos
anunciaban que el reino iba a aplastar a los rebeldes escoceses, para
desbaratar `los trucos de esos bribones'». Pues bien, esta misma semana
«esos bribones» ponían en marcha la campaña para independizarse de
quienes quieren tutelarlos eternamente. Lo que en términos coloquiales
se denomina «un gol por toda la escuadra». Parafraseando a Carl von
Clausewitz, en nuestro tiempo el deporte es la continuación de la
política por otros medios.
En su libro «El fútbol a sol y sombra»,
Galeano habla en un momento de los estadios y se pregunta: «¿Ha entrado
usted, alguna vez, a un estadio vacío? Haga la prueba. Párese en medio
de la cancha y escuche. No hay nada menos vacío que un estadio vacío. No
hay nada menos mudo que las gradas sin nadie». En ese mismo texto hace
un listado de campos de fútbol con un significado particular y en medio
asegura: «Habla en catalán el cemento del Camp Nou, en Barcelona, y en
euskera conversan las gradas de San Mamés, en Bilbao». El viernes pasado
el Santiago Calderón habló alto y claro. Querían enmudecerlo y no lo
lograron. Tienen alergia al fair-play, dentro y fuera del campo. Han
vuelto a hacer el ridículo delante de todo el mundo y, para colmo, no
entienden por qué. Alguien podría pensar que es porque andan distraídos
con tanto fútbol. No es cierto, es porque no tienen una cultura
democrática seria.
miércoles, 30 de mayo de 2012
miércoles, 2 de mayo de 2012
martes, 1 de mayo de 2012
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